Cuerpo

Baño de la Nave

Navegante:


Subo las escaleras que me llevan a la Nave con extremada cautela. Llevo tacos. Mi figura debe verse estilizada para que todos puedan verme durante el video de seguridad. Mis brazos deben ser lo suficientemente largos para poder cerrar los compartimientos superiores. Mis piernas deben ser ágiles para sortear obstáculos en los pasillos. Debo mantener mis caderas estrechas para no golpear  brazos ni hombros de navegantes a mi paso. Debo usar cierto maquillaje, debo usar maquillaje, para cubrir mis ojeras. No debo perder la elegancia, ni siquiera para evacuar. No debo perder la cordura, ni siquiera para defenderme.
Entro al baño de la Nave. Observo mi cuerpo. Recorro cada una de sus partes e intento notar si algunas cosas aparecieron y si otras faltan. Empiezo por la cintura, por donde aparecieron los primeros complejos. El centro de todo, donde los demás se nos aferran, donde se escurre el tiempo, donde todo se procesa. La parte del cuerpo que, durante mi adolescencia, dejaba respirar en los calores sofocantes del norte donde me crié. Sé que allí había menos grasa, ¿o más músculo? Meto la mano debajo de la camisa. Mi piel se siente suave. Hundo el dedo índice en mi estómago, como cuando niña hundía el dedo en las tortas de cumpleaños. Presiono hasta el límite del dolor. Saco el dedo y dejo a la vista la circunferencia blanca que después de unos segundos se torna rosa. Mi sangre dibuja un sol de atardecer sobre mi piel color río turbio. La comida de la Nave me ha ablandado. Ha ablandado también las certezas que tenía sobre mí misma. Aquí, en mi cintura, no encontré nunca la estabilidad que siempre estuve buscando, pero siempre vuelvo a ver si puedo abrazarme un poco más fuerte.
Acerco mi rostro al espejo. No sé en qué momento me surcaron la cara los gestos. El sol tropical rajó al fin la tierra arcillosa que me reviste. Alzo la vista hacia mi cuero cabelludo. De allí se desprenden unas canas rebeldes que no respetan la ondulación de mi pelo. Se empeñan en alterar el flujo de mi cabello, estáticas, y recuerdo que no sé nada de física. Nuestro color de cabello debe ser uniforme, y debe coincidir con nuestra tez. Aquí no puedo cumplir mi sueño de ser colorada como la tierra misionera. Este cabello habla de mí pero debo callarlo en un rodete, y debo talar esas canas que simulan ser las palmeras ceniza que se erigen sobre la llanura chaqueña.
Sigo adentro del baño. Las medias finas me pican. Son medias de compresión. Dicen que ayudan a la circulación de la sangre. Dicen que previenen las várices, sobre todo en Tripulantes y Navegantes frecuentes, sujetos a abruptos cambios de presión. Cada vez que debo ponérmelas, tensiono las piernas. Enrollo en mis manos las medias y las voy subiendo despacio. Me raspan y exfolian la piel muerta que se desprende como la pintura arruinada por la humedad tropical. Decido sacármelas. Los músculos se relajan. Subo una pierna al lavamanos y sigo con atención los ríos de sangre que se desprenden desde mis tobillos y, sobre todo, detrás de mis muslos. Creo haberlos sentido nacer. En cada vuelo, cada vez que la Nave aterrizaba y despegaba, podía sentir cómo estos brazos de sangre borbotaban y vibraban mientras se abrían paso por debajo de mi piel.
Sigo recorriendo mi pierna y llego hasta mi pie. Las plantas de mis pies están duras y secas. Recuerdo a mi madre decirme que no podía vivir descalza, pero el litoral me obligó a pisar con fuerza la tierra ardiente para curtir los pasos.
Estoy dentro del baño de la Nave. Un grito sapucai se ahoga entre los camalotes que se enredan en mis entrañas. Clavo el dedo sobre mi estómago para liberarlo,  como cuando niña clavaba los dedos en un tacurú para que salgan las hormigas. Golpean la puerta. Ya saben que estoy aquí metida hace mucho tiempo y que tengo que salir a trabajar, que tengo que servirle a Usted, Navegante. Pero no voy a ceder, me quedaré aquí plantada como un lapacho, con las medias por el suelo, la pierna sobre el lavamanos y el dedo clavado en el estómago. Creo que estoy un paso más cerca de saber a dónde voy, pero no sé a qué velocidad estoy yendo, ya que, como le advertí antes, no sé nada sobre física, y no puedo advertir si la Nave está subiendo o si se está cayendo.

Su Tripulante

Comentarios

Seguidores

Entradas populares